Con sus siete delgados brazos arropa el alma
y ablanda la hirviente muralla de blanca faz,
es un septeto de hilos que bordan filigranas
desde el delicado mazo de un piadoso tallo.
Ocurre siempre y la voraz jauría se equivoca
al hincar sus dientes en su suave apariencia,
encuentran alma de acero y temple de volcanes
donde sus colmillos se amellan y agrietan.
Espiga de audaz estudiante desamparado
que no abandona las calles con terca fragilidad,
sabe empotrar sus angostas sombras
y hacerlas luces en la oscurana que ahora rige.
© Alfredo Cedeño
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