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DaniloAlberoVergara 5/17/2023 12:04:54 AM
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Non sequitur y proxémica
Danilo Albero Vergara Escritor argentino
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En mi biblioteca tengo dos libros robados. Son un título que comprende dos volúmenes: Historia de la tecnología en occidente de la prehistoria a 1900, editado Melvin Kranzberg y Caroll Russel, publicado en 1981 y que leí por primera vez ese año. Fue un regalo de mi padre a mi hermano, estudiante de ingeniería; de inmediato, se lo pedí en préstamo. Pese a los reclamos de mio fratello, nunca lo devolví.

Desde ese momento hasta el presente he leído cuatro veces Historia de la tecnología en occidente, y es uno, del casi medio centenar, de libros que leí para publicar Variaciones Turner.

Al libro robado se suman dos obras, que no llegaron a mi poder vía compra directa: Los dragones del Edén de Carl Sagan -lo leí en 1989¿sabrán algunos millennials quién fue Carl Sagan?-. Este libro me lo prestó, ese año, una compañera de cuyo nombre, rostro y curso, donde nos conocimos, no puedo acordarme -sin embargo la tengo presente con gratitud y cariño cada vez que releo Los dragones del Edén.

El otro es La dimensión oculta (The Hidden Dimension, 1966), traducción publicada en 1989 en México por Siglo XXI -según la portadilla es la decimotercera edición de dos mil ejemplares, que ya es todo un abolengo bibliográfico-. El hado que marcó nuestro encuentro fue que al libro lo rescaté de una parva, junto con otros a disposición de quien los quisiera, sobre una mesa en la vereda de la biblioteca Carlos Guido y Spano de Uriarte y Güemes. Lo salvé de ser llevado por cartoneros para ser reciclado o, en caso de alguna urgencia, como sucedáneo del papel higiénico –este último destino, y siguiendo los consejos de Gargantúa a su padre Grandgousier, podría ser obviado en virtud de que para Gargantúa existían sucedáneos más interesantes.

Ignoro el criterio de los bibliotecarios, seguramente falta de espacio y muy pocas consultas, pero leer la contratapa y el índice fue un amor a primera vista que no justifica el desalojo de su lugar en algún estante, a lo que sumo, el abandono de su anterior propietaria, cuyo nombre figura en la portadilla y, al decir del tango, "prueba de la infamia". Lo leí de una sentada, lo llené de anotaciones y él, por su parte, me obsequió algunos conceptos que iluminaron, una probable definición de mi manera de leer, ver y Weltanschauung: la proxémica

Según la contratapa, y en palabras de Edward Hall quien acuñó el término, proxémica designa: "las observaciones y teorías interrelacionadas con el empleo que el hombre hace del espacio, que es una elaboración especializada de la cultura". Al avanzar en la lectura queda claro que la proxémica es una guía sensorial, y cognitiva, que abarca todas las percepciones espaciales posibles: vista, oído, olfato, gusto, tacto; distancias personales, sociales y públicas; la relación de éstas con el arte y la cultura a través del tiempo y en distintas nacionalidades.

Estas revelaciones de Edward Hall me permitieron comprender -mejor “justificar”- mi relación con respecto a mi entorno, soy un fisgón, oyente, y husmeador compulsivo, cualquier situación o caminata fuera de casa, es una flânerie literaria que me reporta vivencias divertidas, esclarecedoras, enigmáticas o insólitas, estas dos últimas transforman a la suma de impresiones que cosecho cada vez que salgo de casa en un non sequitur, o según el título de uno de los libros póstumos de Hemingway, en una moveable feast. Fiestas móviles, que, como en una película non stop action, cambian con cada toma.

La última, hace un par de días, un señor caminando mientras hablaba por el celular, con un chorizo colorado balanceando de un hilo que colgaba del índice de su mano izquierda -con seguridad, colgaba de ese hilo en un gancho de la carnicería que está en la misma vereda-. Lo gracioso es que, el dueño del chorizo hizo un par de escalas, una al costado de una pared y otra junto a un árbol, mientras, sin dejar de hablar, miraba balancearse al chorizo, como si fuera un pichicho haciendo las necesidades. Imposible no pensar en una leyenda urbana que relaciona a los embutidos con carne de perro, origen de los hot dogs, o nuestros “perros calientes”. Imaginé que, por la noche, ese “chorizo colorado-perro”, en una fabada, pasaría del sentido figurado al real de “perro caliente”.

Y no solo fuera de casa; desde los ventanales de mi escritorio veo, con frecuencia, situaciones de non sequitur. Previendo estos momentos, en una mesa ratona, tengo unos prismáticos navales para observar furtivamente anomalías que capto en mi visión periférica de los edificios vecinos. Si la situación se extiende a horarios sin luz solar, dispongo de otro par de binoculares más luminosos y aptos para uso nocturno. Ya a estas horas, y al amparo de la oscuridad, el merodeo visual revela ventanas iluminadas, algunas con situaciones, gestualidades mudas y diálogos imaginados; algunas de ellas de subido contenido no apto para menores de trece años, que me transforman en un espectador voyeur. El protagonista de La ventana indiscreta hacía otro tanto; la vida imita al arte.

Muchas veces registro estas impresiones en mis escritos o guardo notas para textos futuros, quizás para un taller sobre écfrasis. Y en este momento, próximo al final de estas líneas, pienso si la vida no es un non sequitur (en latín no se sigue o, mejor, “no se desprende lógicamente de lo anterior”), recurso dialógico y retórico usado con fines humorísticos, en literatura o en el cine -sólo para muestra, gran parte de la obra del cine mudo de Buster Keaton y Charles Chaplin o la desopilante La fiesta inolvidable con Peter Sellers en el papel principal ahora con música de Henry Mancini).

Me acude a la memoria, una copla aprendida a fines de la primaria que se hermana con la situación de un chorizo colorado colgando de un hilo en su postrer viaje rumbo a una fabada: “El día en que tu naciste / nacieron todas las flores / por eso los pintores usan alpargatas blancas”.

 





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