Viajar sigue siendo un gesto de libertad, pero para muchas personas ha empezado a tomar otra forma. El mapa ya no se lee solo como una colección de puntos por recorrer, sino como una red viva de vínculos posibles. Los nuevos viajeros no solo buscan experiencias, sino que también se preguntan cuál es el costo real de sus elecciones. Dónde pisan, qué dejan, a quién están escuchando.

Algo más que paisajes para la foto
La conciencia ambiental ha dejado de ser un concepto abstracto para convertirse en un criterio a la hora de elegir destinos, actividades y servicios. En Argentina, el turismo responsable empieza a delinearse como un eje estratégico tanto para viajeros como para operadores. Según una encuesta reciente publicada por Booking, un 23% de los argentinos considera que el daño ambiental ya es irreversible. Frente a esta percepción, las decisiones individuales cobran un peso distinto.
El Ministerio de Turismo y Deportes de la Nación impulsa desde hace años un decálogo del turista responsable que propone recomendaciones claras: informarse sobre la legislación y costumbres del lugar, contratar servicios habilitados, evitar generar residuos innecesarios, no extraer flora ni molestar a la fauna local, y priorizar el comercio justo y el desarrollo local.
Naturaleza viva, no recurso explotable
Las áreas naturales protegidas en Argentina funcionan como escenario y motor de muchas experiencias turísticas. Pero su uso debe ser cuidadoso. En Chubut, por ejemplo, la técnica patagónica de avistaje de ballenas se ha convertido en un modelo internacional de turismo responsable. Diseñada con criterios conservacionistas, esta práctica combina observación respetuosa, educación ambiental y regulación estricta de las embarcaciones.
En la región del Iberá, la Fundación Rewilding Argentina desarrolla desde hace años un proyecto de reintroducción de especies nativas como el yaguareté, el guacamayo rojo y el oso hormiguero gigante. El impacto no es solo ecológico: el ecoturismo asociado a esta iniciativa genera ingresos para comunidades locales que antes dependían de actividades extractivas.
Entre la experiencia y el respeto
Viajar con conciencia implica, muchas veces, desacelerar. Escuchar antes de actuar. Preguntarse si ese sendero no marcado debería recorrerse. Si esa foto que uno toma no está desplazando algo que no entiende. No se trata de restringir el viaje, sino de enriquecerlo.
En destinos como El Chaltén, el aumento del turismo ha generado tensiones entre el crecimiento económico y la sostenibilidad. La infraestructura local, pensada para una escala menor, hoy enfrenta dificultades para dar respuesta al volumen de visitantes, lo que genera presión sobre recursos naturales, vivienda y servicios básicos.
Estas situaciones exponen una problemática central: sin planificación ni inversión sostenida, el turismo puede volverse una amenaza para aquello que intenta valorar.
Lo sustentable también puede ser deseable
Hay una idea vieja que asocia lo sustentable con lo austero. Sin embargo, en Argentina crecen propuestas que combinan confort, exclusividad y responsabilidad. En Mendoza, por ejemplo, distintos establecimientos de alta gama están desarrollando propuestas de lujo sostenible, donde la arquitectura bioclimática, la eficiencia energética y la inclusión de comunidades locales forman parte del concepto de experiencia.

Jujuy, por su parte, ha presentado una iniciativa que marca un hito en la región: el Tren Solar de la Quebrada, el primero en su tipo en América Latina. El recorrido de 41 kilómetros une diversas localidades turísticas utilizando baterías de litio recargadas con energía solar. Este tipo de proyectos no solo reducen la huella de carbono, sino que también proponen una forma distinta de conectar destinos.
Turismo como vínculo, no como consumo
Uno de los grandes cambios en los nuevos viajeros es que ya no se sienten ajenos al lugar que visitan. No esperan solo ser bienvenidos, también buscan ser respetuosos. Esto se traduce en un mayor interés por las costumbres locales, por la gastronomía autóctona, por el comercio justo, por alojamientos gestionados por familias o cooperativas.
El turismo comunitario, aunque todavía marginal en términos de volumen, crece en distintas regiones del país como una alternativa de encuentro real. No hay espectáculo, hay intercambio. No hay decorado, hay territorio habitado.
Operadores atentos al cambio de ritmo
Las agencias de viaje que logren leer este cambio en el comportamiento de los viajeros podrán anticiparse. No se trata de incluir una opción eco entre otras tantas, sino de asumir un compromiso gradual pero concreto con un nuevo modelo de viaje.
Algunas operadoras mayoristas ya empiezan a incorporar criterios sostenibles en su oferta, no solo desde el producto sino también desde la forma en que se comunica. Tower Travel, por ejemplo, contempla propuestas que valoran la experiencia local, el entorno natural y el respeto por la identidad de los destinos.
La coherencia se vuelve una herramienta comercial. Y también una forma de diferenciación.
Lo que está en juego no es una tendencia
El turismo con conciencia no es una categoría aparte. Es una manera de estar en el mundo. Una forma de mirar, de moverse, de elegir. Cada decisión de viaje es, en algún punto, una declaración.
Frente a un planeta en crisis climática, con comunidades desplazadas, ecosistemas frágiles y una cultura del exceso instalada, el turismo no puede seguir funcionando como si nada pasara. Tampoco puede transformarse de la noche a la mañana. Pero puede, sin duda, empezar a cambiar.
Y ese cambio no se mide en discursos, sino en acciones. En el tipo de servicios que se ofrecen. En las preguntas que se hacen los viajeros. En las respuestas que damos todos los demás. Tal vez ahí esté la verdadera aventura.