Retronym
Literatura, relatos, escritor argentino, literatura latinoamericana
Relatos, narrativa, escritor latinoamericano

Decir que toda historia requiere de palabras para ser narrada puede ser: o una verdad a medias -se pueden construir relatos con imágenes: vitrales, dibujos, pinturas, fotos y esculturas- o una perogrullada. Ahora, la frase anterior deja de ser un enunciado y una verdad de Perogrullo, y pasa a ser una reflexión si pensamos en que, para referir un hecho, verdadero o ficticio, es necesario elegir las palabras adecuadas; porque muchas de éstas, a modo de fósiles, guardan entre sus pliegues estratos, concentraciones o burbujas, en distintos niveles de sedimentación de sus sentidos. Así, muchos vocablos -vistos de frente, perfil o desde distintos escorzos- pueden representar significados antagónicos o incongruentes, relictos anacrónicos donde se amalgaman todas las historias de sus posibles alusiones, pasadas y presentes; también un interrogante: el significado que pueden tener en el futuro o su desaparición conceptual. Hay historias, antiguas y no tanto, que se comprenden a medias -o no se comprenden- porque ha desaparecido el objeto, el trabajo o la idea que esa palabra designaba, por lo tanto, tenemos un término vacío al que debemos volver a llenar. Pienso en el "cómitre" y la "chusma" o en la "misericordia", cuando se refiere al puñal y no a la virtud -en inglés tiene el mismo sentido: misericord-. Por no hablar de expresiones como "pasar por las horcas caudinas", voy a volver sobre este tema en otro momento.

Y ya que sobre palabras discurro puedo concluir en que una de ellas puede valer por mil imágenes. Porque si alguien lee en un relato que en un cuarto hay un "sillón", tiene en claro de qué trata. Ahora el problema se le pone difícil al que quiera representar ese texto con imágenes -por no hablar del resto de la habitación-: un mendigo imaginará un sillón desvencijado que rescató de la basura, un dentista bien puede pensar en una poltrona, una azafata en uno reclinable, algún lector de Husymans en un Chesterfield de cuero negro. Veo que también deberé volver sobre este tema en otra oportunidad.

Porque, sentado frente a mi cuaderno de notas con mi estilográfica en la mano, veo que, con el correr de los años, estos corsi e ricorsi de significados -con la resulta de pérdidas y ganancias de nuevas acepciones- crean una secuencia de valores yuxtapuestos, a veces contradictorios, que en muchos casos obligan a remozar un sustantivo con un imprescindible adjetivo. En términos de la lingüística de Saussure columbro que para un mismo significante -la huella sonora de una palabra, por ejemplo: coche- cambia su significado -la representación que se quiere hacer del vehículo-. O sea: no hay una identidad absoluta entre el nombre que designa a la cosa y la cosa; el griego Cratilo se podría llevar una sorpresa. Y, para confirmarlo, a la manera del Calíbar de Baker Street, sigo las huellas de algunas palabras con menos de 30 lustros de edad.

Hacia los años cuarenta del siglo pasado, la adaptación de “pastillas” -micrófonos- y amplificadores en la guitarra hizo posible deshacerse de la caja de resonancia y reemplazarla con una tabla plana, así nace la “guitarra eléctrica”, para diferenciarla de la primigenia. Hoy, dos generaciones y media después, la guitarra con micrófono, cable y parlantes es un lugar común y adjetivarla innecesariamente con el atributo “eléctrica” es un anacronismo, cuyo uso nos delata la edad con más certeza que una partida de nacimiento; ahora es necesario identificar al instrumento original -hacia la cual se desplazó el adjetivo diferenciador- tenemos así la guitarra y la “guitarra acústica”.

La palabra inglesa mail -correo o correspondencia- con el devenir del correo electrónico necesitó un identificador y nació el e-mail, cuya proliferación no sólo modificó formas de redacción sino que también el género epistolar, y se apropió del significado. Ahora los angloparlantes cuando quieren referirse al otro correo, en cualquiera de sus variantes: superficie, aéreo o courier, deben usar el par snail mail -correo caracol-, para identificar que no se refieren al correo electrónico -ahora mail a secas-.

Algo parecido pasó con la popularización de los relojes digitales, que muestran la hora con números en vez de agujas, hoy en día es necesario diferenciar el primitivo reloj, que ganó un adjetivo: “analógico”. Y otro tanto pasa con los medidores analógicos, que utilizan cuadrantes y agujas para mostrar las medidas, que tienen una ventaja que hasta hoy no ha sido superada por sus equivalentes digitales; en este tipo de dispositvos, para tener una idea rápida de la medición basta solamente con ver la posición de las agujas, muy importante en momentos en que nos interesa no sobrepasar o disminuir de cierto límite -entre otros: revoluciones de un motor, presión de vapor o de aceite-. Es el caso de vacuómetros -palabra no registrada en el diccionario de la Real Academia-, balanzas, manómetros y relojes.

Ahora, las palabras no son como Edith, la mujer de Lot, no les pasa nada si miran hacia atrás. Por eso, a esta modificación -o necesidad- de adjetivar una palabra antigua en tiempos modernos se la llama en inglés retronym, término acuñado en los ochenta de la centuria pasada y oficializado en la cuarta edición del Webster Unabridged Dictionary, infelizmente no adoptado todavía por la Real Academia de la Lengua Española. Sería necesario.

Licencia Creative Commons
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.

literatura relatos literatura latinoamericana escritores argentinos
escritor argentino narrativa latinoamericana ensayos literario escritores latinoamericanos