Modos de leer, ver y mirar
Danilo Albero Vergara Escritor argentino
Literatura latinoamericana, ensayos literarios, relatos, literatura hispanoamericana

Leí en un artículo de BBC NEWS acerca de cómo nuestra forma de escribir y leer condicionará la forma de ver y mirar; la mayoría de las escrituras occidentales, escriben de izquierda a derecha. Como las culturas que han liderado el campo de la ciencia y la tecnología tienen esta manera de leer han legado una manera de ver el fluir del tiempo o determinar valores, en relojes y medidores analógicos -los que se expresan en cuadrantes circulares, entre otros: presión, velocímetros y odómetros-. También influye en nuestra manera de ordenar elementos en secuencia, trate de libros en un estante o fotos en un álbum. Y en la forma de recorrer el espacio con la mirada u observar una imagen. Ahora, quienes escriben en hebreo o árabe lo hacen de derecha a izquierda, no tengo el más mínimo conocimiento de esas lenguas, pero supongo que la idea de fluir del tiempo y el orden secuencial debe seguir la misma dirección de la escritura.

En cuanto a formas narrativas no siempre mantienen esta secuencia natural, a diferencia de las novelas, relatos y cuentos no siguen el orden principio, medio, fin; pueden utilizar el recurso de la prolepsis o anticipación que consiste en empezar a narrar un relato por el medio (in media res) o por el final (in extrema res).

En sus escritos sobre el oficio de narrar, Horacio Quiroga, menciona el comienzo in media res, al que llama ex abrupto -no confundir con exabrupto-: “He notado que el comienzo ex abrupto, como si el lector conociera parte de la historia que le vamos a narrar, proporciona al cuento insólito vigor"; y el ejemplo lo ofrece con la apertura -magistral- de “El almohadón de plumas”: "Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia".

Por su parte Ambroise Bierce arranca “Una conflagración imperfecta” con: “Una mañana de junio de 1879, asesiné a mi padre”. Borges comienza “La muerte y la brújula” con un artificio similar: “De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño —tan rigurosamente extraño, diremos— como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos. Es verdad que Erik Lönnrot no logró impedir el último crimen, pero es indiscutible que lo previó”.

Continuando con secuencias narrativas, Hemingway hizo un aporte en el género cuento al suprimir, en algunos, el principio y el fin; es el relato de final abierto, forma de narrar que coloca al lector en la actitud de imaginarlos para llenar ese vacío. Uno de sus textos canónicos de final abierto es “Los asesinos” (“The Killers”), relato que dejó larga secuela en narradores y cineastas. Este principio de final abierto es conocido como "Teoría del iceberg" y fue enunciado por Ernest Hemingway cuando escribió "If a writer of prose knows enough about what he is writing about he may omit things that he knows and the reader, if the writer is writing truly enough, will have a feeling of those things as strongly as though the writer had stated them. The dignity of movement of an iceberg is due to only one-eighth of it being above water" ("Si un escritor en prosa sabe bien acerca de lo que está escribiendo puede omitir cosas que conoce, y el lector, si el escritor escribe con suficiente veracidad, tendrá una impresión tan fuerte de estas cosas como si el escritor las hubiera expresado. La dignidad del desplazamiento de un iceberg se debe a que sólo un octavo de él aparece sobre el agua").

Ahora, con novelas en lista de espera en los estantes a la hora de elegir una nueva en una librería, para mí es fundamental el comienzo. Una vez empezada la lectura, confieso, tengo un hábito que provoca dentera de solo mencionarlo a mis amigos; luego de las primeras páginas, ya atrapado por los personajes y la historia, leo los finales. Este denostado hábito obedece a que no me gusta el suspenso en narrativa, saber cómo termina la novela alivia mi ansiedad malsana y me permite disfrutar de la lectura. Pero, con esta manera de leer, de derecha a izquierda, lo hago como si el texto estuviera en árabe o hebreo.

Por esta razón tengo tan presentes finales como comienzos de novelas que me han atrapado: “Trabajaría aquí, allá, y después, bueno, después ya se moriría ¿no niño?”. Final que solo puede tener un comienzo, remontando de derecha a izquierda hasta el tomo primero, primera página, de Conversación en la catedral: "Desde la puerta de 'La Crónica' Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?".

Pero hay otro comienzo que mantengo en mi memoria y que también hace a modos de leer ver y mirar: “El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto”, principio de Neuromante novela que hace a distintas maneras de mirar ver y nos introduce en el mundo de la realidad virtual. Y esto hace también a las diferencias entre mirar -el acto de dirigir la vista a un objeto o persona- y ver -mirada minuciosa que retiene imágenes y situaciones, también un sinónimo de comprender.

Procesos narrativos de comienzo, medio, final y final abiertos que a la hora de ser traspuestos desde la escritura a otro soporte demanda nueva solución. Así, el cuento The Killers, aparte de inspirar un pasaje de Pulp Fiction de Tarantino, tuvo dos adaptaciones cinematográficas destacables siempre con el mismo título, donde el asesinato del Sueco se concreta. En 1946, Robert Siodmark con The Killers (Forajidos), donde el Sueco es un corredor de autos, y en 1964,  Don Siegel con The Killers (Código del hampa), donde el Sueco es un boxeador. En ambos casos, las tramas de las películas llevan a los asesinos a buscar y resolver la razón por la cual han debido asesinarlo.





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