Sobre el libro electrónico
Qué pasará con el libro electrónico
¿Apoyamos o no, al libro electrónico?

Creo que pertenezco a ambos mundos, al virtual y al real, ya el hecho de darle categoría de “mundo”, me diferencia y me coloca dentro de algún tipo de “especie” humana que, al menos por ahora, ante ausencia de clasificación o por exceso de ella, me someten a preguntas que tiene que ver con el libro electrónico, como si hubiera un “nosotros”, los activos virtuales, que conspiramos  o intercedemos, aprobamos, o no sé qué para que el libro en papel desaparezca.

Si mi opinión tiene alguna importancia, no lo creo, ya que la pregunta no es a mí, específicamente, sino a eso que parecen creer que represento: pertenecer a la extraña tribu de los “activos virtuales”.

Creo que primero hay que analizar lo que verdaderamente diferencia al libro virtual y al papel, pero no en lo tecnológico, sino en lo que ambos provocan, por una parte, hay una finitud en el papel, que no parece percibirse en el libro digital.

Con el libro en papel hay una percepción más próxima a la escala humana,  sobre  en dónde comienza el libro, en dónde termina. El libro electrónico es lábil en revelarse a los sentidos, no se deja percibir en los aspectos en que ciertos lectores están acostumbrados a sopesar.

Luego está la aparente dificultad o desconocimiento técnico. Aunque muchos lectores se han dejado vencer por la maravilla del celular, se resisten a todo nuevo dispositivo, porque “seguir aprendiendo”, en esa dirección es innecesario. Es curioso como existen, en ese sentido, dos tipos de forma de presentarse ante la situación de elegir el libro electrónico: el que se excusa por no saber usar el dispositivo ya que es “negado”, el que pregunta simplemente cómo se usa. Ambos están ante el libro electrónico con las mismas preguntas, pero uno, abre el paraguas el otro no.

Hay personas que se presentan ante los dispositivos electrónicos, en general, como si fueran a ser “medidos” en sus capacidades sobre el hecho de entenderlos o no; los  rechazan porque los enfrenta con sus propias limitaciones y se sienten interpelados por el objeto, obligados a excusarse sobre su ignorancia, como si algunos hubiéramos caído del cielo sabiendo cómo tratar con ellos y otros no.

En muchos casos me he visto enfrentada a gestos de menosprecio por mi supuesta “insensibilidad” ante las dificultades con que otros se acercan a los dispositivos electrónicos como si yo fuera culpable de portar alguna habilidad que les es negada a otros. Sepan, que todo lo que sé, lo aprendí, y sigo aprendiendo, con el mismo esfuerzo que cualquiera, que no tengo ninguna habilidad innata ni don especial para comprender mejor que otros cualquiera de los aspectos tecnológicos, y que lo que parece “natural”, no lo es, es adquirido a gran esfuerzo y estudio y tiempo de dedicación, más que la mayoría; cuando asesoro algo respecto a esos dispositivos es porque le dediqué tiempo de aprendizaje que podría definir en un 100% y del que se beneficia con unas pocas palabras aquel que me consulta, pero que eso no significa que esté dotada especialmente, ni que lo sepa todo, o que me guardo “cositas”.

Respecto al libro electrónico tengo muchas opiniones, la más importante, creo, es que en algún momento los árboles se van a acabar, si no está ocurriendo ya; en otra, tengo mis dudas que el libro electrónico venga a ayuda de eso. Me pasa como cuando reflexiono sobre la moneda de 5 centavos:  extraer el metal para usarla, parece más caro y perjudicial al planeta, más que su valor, teniendo en cuenta que las monedas se han hecho para perdurar y al pasar de mano en mano, va incorporado un valor de “tiempo”, que la mayoría no incorpora a su valor intrínseco, pero que en realidad suma.

Cada vez que una moneda de 5 centavos cambia de mano, se le agrega un valor que seguramente será superior al esfuerzo que se hizo para extraer en materiales de la tierra.

Con el libro en papel, y digital, pasa lo mismo. Cada vez que pasa de mano, de lecturas, adquiere un valor intrínseco que seguro es superior al costo que lo generó.

Luego, para mí, la mejor opción en la elección del libro electrónico está en la posibilidad de armar un sistema de consultas entre libros, es decir, la interacción de lecturas electrónicas se hace mucho más fácil, ahorra, sobre todo, el bien más preciado: tiempo.

Por otra parte, nos independiza del factor económico de las editoriales, ya que siempre se puede esperar que se digitalicen libros que no se consiguen y acceder a aquellas ediciones de las que ya las editoriales no se quieren encargar.

Luego, está, precisamente que esta actividad, parece afectar a las propias editoriales, ya que como no hay discriminación de qué se digitaliza y qué no, el avance del libro digital afecta a las editoriales, más que a autores y distribuidores.

En definitiva, el libro digital no es que sea defendido por los “activistas virtuales” y defenestrados por las editoriales, y que los medios tecnológicos están en la mira de organismos ecológicos que prestan atención a situaciones de protección ambiental, tenemos encima el problema de la basura tecnológica que contamina más que la tala de árboles; el asunto del libro virtual es más complejo de lo que parece, pero una cosa es segura: vino para quedarse.

De manera que lo que les queda a la generación nativa de libros electrónicos, los que nacieron con su existencia, entenderán la problemática y propondrán diferentes modos de comercializar el libro, incluyendo la tecnología, de manera que sea viable para autores y editores convivir o encontrar un modo de convertirlo en económicamente viable.

Ya la “especie de buenos autores”, que encontraban dificultades para atravesar el tamiz de las editoriales, generando sus propios espacios de lecturas, con libros por pedido, con publicaciones propias en Web 2.0, o blogs, o ediciones personales, está sorteando la dictadura editorial, ofreciendo sus libros en medio digitales, u otros.

El libro electrónico ofrece más ventajas que las desventajas que le asignan, pero seguramente deberá superar la generación que los resiste y la contra económica que por ahora supone, ya que parece que no se puede controlar su circulación en forma gratuita.

Habrá que encontrar otro modo de comercializarlos, que no será la de venderlos como hasta ahora.

Por las dudas, por más que tengo “habilidades” virtuales, prefiero el libro en papel. Tengo libros digitales, pero los que me interesa, los quiero en papel, aunque siempre, de última prefiero leerlos cuando no puedo conseguirlos y eso es culpa de las editoriales mismas, sus pobres tiradas, su resistencia a republicar, su insistencia en no arriesgarse con nuevos escritores.

Y por último: los que no aman los libros, no los compran, ni en papel, ni digital, pero es posible que los lean en digital sin son gratis, lo que beneficia al autor.

Quiero decir con esto que no es que las editoriales “pierden” y por lo tanto pierde el autor, toda nueva forma de realizar algo comienza una revolución, luego, los diferentes intereses que involucra, trabajan para que se encuentre un equilibro en la convivencias  entre métodos.

Al menos es lo que se espera que ocurra.

Pero no creo que ocurra solo, alguien tiene que comenzar pensando cómo va a enfrentar la era del libro digital, que es prácticamente ya, para que todos ganen.

No esperemos a que ocurra solo, sino, miren lo que pasa con la protección al planeta, que parece que hay más anuncios que acciones y así parece que estamos al borde de un punto del que no podremos volver y el planeta se está agotando.

 

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Ana Abregú.

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