Continué con estas reflexiones, en Diégesis y maestrías cuando evoqué mi paso por un taller literario, donde terminé haciendo de Negro o Ghost en dos oportunidades; de la fugaz experiencia como docente en una Maestría de Escritura Creativa; y otras de las que me informo por cursos que circulan por la web o el spam que recibo por e-mail.
La pregunta con la que debería haber comenzado estas analectas es: ¿cuándo surge la certeza de que uno es escritor o está camino de serlo?; de allí la demanda de consejos o maestros. De inmediato saltan respuestas, una: cuando se tiene la necesidad imperiosa de escribir; dos: cuando surge la angustia de no poder empezar con un relato o historia -Hemingway tiene un delicioso pasaje sobre estos procesos y cómo él los superaba.
En el caso de los ya consagrados, que dictan talleres; un atajo es aprovechar la creatividad o ideas de los aprendices que tienen bajo su férula. Caso contrario, el primer recurso a mano es el plagio o robo literario puro y simple. Aunque el concepto del robo, glosa o plagio ha variado con el paso de los siglos, no le complicó la existencia a Virgilio; pero ya Cervantes sentó jurisprudencia cuando dijo: "... puesto que los poetas son ladrones unos de otros...".
Ante la ausencia de rapport con las Musas siempre habrá un acosador que intente obtener, por la fuerza, lo que no le quieren dar. Ovidio, nos cuenta en Metamorfosis la historia de Pirineo, que intentó violar a las Musas; pero estas escaparon volando. Él creyó que podía hacer lo mismo y se encaramó en una de las paredes de su fortaleza: "por donde hay un camino para vosotras, el mismo habrá para mí", dice Ovidio que dijo Pirineo; fueron sus últimas palabras -de Pirineo, no de Ovidio- antes de estrellarse.
Quien tuvo muy en cuenta esta demanda de saberes a la hora de empezar fue Horacio Quiroga; nos ha dejado tres textos donde da consejos a cuentistas: "El manual del perfecto cuentista", "Los trucs del perfecto cuentista" y "El decálogo del perfecto cuentista".
De éste último, los que me abren derivas son el octavo, tercero, séptimo y primero:
8- Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
El octavo consejo de Horacio Quiroga es parecido al primero de los cinco que, muchos años después, escribirá Ray Bradbury -aclarando que son para "desarrollar la creatividad".
El tercer y séptimo consejo de Horacio Quiroga:
3- Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia
7- No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
Ya el tercero y el séptimo abren nuevas pistas: glosan -palabras más, palabras menos- reflexiones del prólogo de la novela Pedro y Juan de Guy de Maupassant. En ese prólogo, titulado 'La novela', Maupassant cavila sobre el género y menciona algunas charlas con Flaubert: una de las recomendaciones del autor de Madame Bovary, que recibió Maupassant es el consejo tercero de Horacio Quiroga, sólo que en vez de "personalidad" habla de "talento". Ya el séptimo es casi un aforismo de la conclusión final de Maupassant. Esto no invalida las reflexiones de Quiroga, son una reescritura -o reinterpretación- de un autor que menciona como modélico en su consejo primero:
Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo.
In altre parole, nos advierte de qué bolsillo va a carterear.
Y sobre este caso, también hay jurisprudencia Cervantina absolutoria: "Se advierte que no ha de ser tenido por ladrón el poeta que hurtara algún verso ajeno, y lo encajare entre los suyos, como no sea todo el concepto o toda la copla entera, que en tal caso es tan ladrón como Caco".