Literatura, relatos, crítica, comentarios sobre libros.
El énfasis y persistencia en la permanente intromisión de lo fantástico –en el sentido de cualidades extraordinarias– en la realidad, mantiene una suerte de imperio en el discurso, ahora devenido en real, a causa de esta suerte de confinamiento, a veces voluntario, a veces obligado: nos hemos metido en el vientre de la ballena.
Para importunar con la idea de Giordano Bruno sobre que la estructura del pensamiento se corresponde con la estructura de la naturaleza; mi reflexión toma la función mágica de representación en escenarios donde la voz es ese confinamiento como en Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, en el suceso de Pinocho encontrándose con el padre en el vientre de un tiburón en donde se exhibe el espacio de la memoria, la búsqueda de la infancia: el tiempo perdido de Proust.
Notable que la versión de Disney haya alterado el personaje tiburón a ballena; de repente, la escena y diálogos que se suscitan, en ese confinamiento, requirió un espacio más amplio, o un personaje menos siniestro, o símbolos cargados de pesadez, tamaño y una literatura más amplia –en Moby Dick, de Mellville, las acciones transcurren fuera del cetáceo, en la de Collodi, adentro; o tal vez Jonás, el personaje bíblico–. La barca de Gepetto, había volcado; cuando se reencuentra con Pinocho, ante la pregunta sobre cuánto tiempo había estado allí, la respuesta de Gepetto fue: varios años.
La memoria, según Cicerón, es un lugar, un edificio, ocupado por un sinnúmero de espacios, arreglos, y disposición de imágenes como escritura; en la conversación entre Pinocho y Gepetto, el tiempo se exhibe como una interrupción, algo perdido, que no repone la memoria, desaparecen las funciones corporales o los hechos.
Si algo se promueve durante un confinamiento es la construcción de actos que puedan convertirse en memoria, neutralizar ese sentimiento que genera la separación de Pinocho con Gepetto, diferir el vacío que escande el hecho de la pandemia.
Pasó un año e inicio del segundo. En la era de la sospecha por la palabra, estamos sometidos al acecho de la memoria, perturbados por el asedio de la información; ya embargados en el poder de la memoria como un santuario –según San Agustín–, o usar los diagramas del infierno para representar los sistemas de la memoria, como Cosme Rosselli.
En el transcurso, las funciones del organismo desaparecen: qué hizo Gepetto para sobrevivir años, qué pasó con sus funciones corporales; según Macedonio, “En el porvenir, las funciones sexuales van a desaparecer. La sexualidad en la civilización, es la mayor calamidad…”, como fuente de grandes males: neurosis, crímenes, ocultaciones, enfermedades, responsabilidades, desasosiegos, casamientos; éste último como metáfora del “anudamiento” –o confinamiento.
Parecemos existir en estado de memoria, esperando esa iluminación que dé contexto y resolución de comunicar algo importante o trascendental: qué hacemos, por qué está ocurriendo esto, cuál el aprendizaje o intención.
Como Gepetto, en el vientre de la ballena, la suspensión del ser no es dada por un relato; la realidad no obliga a relacionar cada significado con un significante: abrir la boca de la ballena, no para respira, o volver el ser al cuerpo; sino para recuperar la memoria de lo que fuimos, fingir que está ahí afuera.
Pinocho descubre que para volverse un niño de verdad debe reencontrarse con su padre, o reconciliarse –objetivo que resulta casi inherente a la sobrevaloración de serlo para los otros, ya que aún siendo de madera, con acciones reales, ser un niño de carne y hueso es una fantasía que a nadie le preocupa salvo al propio Pinocho, y supuestamente al lector–; el ser como metáfora de tener un cuerpo de otra sustancia, como si ello hiciera desaparecer los actos del pasado, como si estar en el mundo bajo la máscara humana hiciera una diferencia en el estado de felicidad.
El salir de la ballena –del confinamiento– neutralizaría el naufragio interior, bajo el concepto de que vencimos la tensión en un punto máximo, y la expulsión de la ballena, o su parodia, nos fuera finalmente otorgada.
Pinocho y Gepetto fueron expulsados con un estornudo que produjeron con fuego –luz, iluminación, calor del perdón–, nuevamente la ausencia de recursos, suspensión del cuerpo material o realidad: cómo produjeron fuego dentro de la ballena; el confinamiento había terminado, ahora Pinocho de la mano del padre en el exterior.
Tal como esperamos el nuestro de la mano del padre-Estado, con una vacuna cuya mítica existencia transcurre en los medios, tv, diarios, y parece requerir un pedido de perdón, rezos y promesas a Dios que luego de tres días en la panza de una ballena, escupió a Jonás en las costas de Nínive.
He aquí el círculo vicioso, la función utilitaria de la memoria, la epopeya de Jonás se replica en Pinocho, un reconocimiento, un desplazamiento de las coartadas de la ficción hacia la funcionalidad del hecho para sujetar –de sujeción– comportamientos.
Artífices necesarios para acceder al conocimiento de lo real, la dialéctica de la posibilidad y la imposibilidad en esta alteridad del racionalismo: lo científico.
Quién sabe, la realidad finalmente nos alcanza y la ballena nos engulle.