Si alguna vez hemos visto sillas salvaescaleras en algún hogar o edificio pero no hemos necesitado utilizarlas, seguramente las hemos captado, por así decirlo, por el rabillo del ojo. Es decir, sabemos que están ahí, nos parece bien que estén para quienes lo necesiten, pero ¿acaso son imprescindibles en nuestra vida? Entonces, ¿para qué estar pendientes de ellas? En realidad, este individualismo social ha sido en buena medida el causante de que la accesibilidad, así como la abundancia de recursos y herramientas para personas discapacitadas sea cual sea la afección que las aqueja, no esté tan asentada en nuestras ciudades como podría. Nos falta un poco más de empatía, y es justo esa empatía la que acaba desembocando en la presencia, por ejemplo, de una de estas sillas en el edificio en el que vivimos. Porque las personas que no las usan se han preocupado tanto como las que sí.
En otras palabras, la próxima vez que entremos en nuestro edificio o salgamos de él, deberíamos plantearnos hacer un ejercicio de visualización y reflexión. Sencillamente detenernos a contemplar el modelo de salvaescaleras instalado en las escaleras de entrada o del bajo, o quizá del primer piso. Seguramente sea un modelo estándar, una silla básica para escaleras rectas. Imaginemos por un instante que no podemos hacer algo tan sencillo para nosotros como bajar o subir unos peldaños, que hasta para llegar a nuestra casa, que quizá se ubique en un segundo o tercer piso, o más allá, debemos usar obligatoriamente el ascensor. Y si ese ascensor está roto, esa silla que antes mirábamos por el rabillo del ojo se convierte, de hecho, en nuestra única salvación. Pensemos así, y entonces nos podremos hacer una idea de la vida cotidiana del colectivo de personas con movilidad reducida.
Y pensaremos, quizá por primera vez, pero seguramente no por última, que realmente debemos ser comprensivos; y que si está en nuestra mano participar activamente para que haya herramientas de accesibilidad en nuestro edificio, sean salvaescaleras en Madrid o en cualquier otra ciudad, ascensores, rampas de acceso o barras metálicas de apoyo, es nuestro deber moral hacerlo y ayudar como podamos.